Época: Anticolonialismo A-A
Inicio: Año 1914
Fin: Año 1945

Antecedente:
Anticolonialismo en Asia y África
Siguientes:
Revolución nacionalista en China



Comentario

La reacción china al desafío occidental -que había comenzado antes, hacia 1830-40, y por los mismos motivos, apertura de puertos al comercio internacional- fue muy distinta a la japonesa. Fue una reacción vacilante, contradictoria, débil e insuficiente, marcada por la aparición de sentimientos xenofóbicos de rechazo del mundo occidental y afirmaciones del tradicionalismo chino. Ello, por distintas razones. La modernización de China habría sido en cualquier caso muy difícil. Las mismas dimensiones del país la convertían en empresa casi inabordable. El Imperio, pese a la extrema centralización del poder en el Emperador y a la complejidad de su burocracia (del mandarinato), no disponía de los instrumentos esenciales del Estado moderno: gobierno ministerial, presupuestos, cuerpos de seguridad eficaces, sistema nacional de educación, administración local y provincial, academias militares, organización judicial. En claro declive desde finales del siglo XVIII, su fragilidad quedó de manifiesto sobre todo en la rebelión Taiping, una violenta y amplia sublevación campesina, a la vez teocrática, anti-dinástica, milenarista e igualitaria que sumió al país en la guerra civil entre 1850 y 1864.
El mismo burocratismo tradicional de la administración imperial, pilar fundamental del Estado y de la sociedad, operaba contra el desarrollo de toda iniciativa social autónoma y privada. Conceptos como individuo, empresa y mercado carecían de sentido en una sociedad patriarcal y jerarquizada, basada en la familia campesina y en la ética confuciana que enfatizaba las virtudes de la cortesía y la etiqueta, de la obediencia y la aceptación pasiva del destino. La elite china, incluidos muchos de sus miembros más reformistas y occidentalizantes como Tsen Kuo-fan y Li Hung-chang, comulgaba en un chinocentrismo que concebía China como un imperio universal, distinto y autosuficiente, estructurado sobre unos sistemas educativos, unas tradiciones, una administración estatal y una cultura que se estimaban decididamente superiores, que en todo caso únicamente podía requerir su "autorreforzamiento" mediante la incorporación de tecnología y armamento occidentales.

Dadas las características del Imperio y de la sociedad, la modernización de China sólo podía ser resultado, como la de Japón, de una "revolución desde arriba". Pues bien, en China, a diferencia del caso japonés, el mismo carácter extranjero (manchú) de la dinastía reinante limitaba su autoridad moral para movilizar el cuerpo social del país en el gran empeño nacional que su transformación exigía. Más aún, la personalidad más influyente en el Estado, la emperatriz viuda Cixi (Ts'en-hi), regente desde 1861 a 1908 de los emperadores T'ung chich y Guang-Xü, libró apoyada por los sectores más reaccionarios de la Corte una permanente pugna contra todo intento de occidentalización, reforma y apertura.

China, con todo, pudo convivir con las numerosas concesiones que se vio forzada a hacer a las potencias occidentales tras su derrota en las llamadas "guerras del opio" de 1840-42 y 1856-58. En 1842, cedió Hong-Kong a Inglaterra y abrió cinco de sus puertos al tráfico comercial y al establecimiento de agentes europeos, concesiones que en 1858 amplió a otras once localidades. Tuvo que aceptar que se creara un Servicio de Aduanas Marítimas bajo control británico. Rusia se anexionó un territorio al norte de China, al este del río Amur, donde creó Vladivostok en 1860. Francia asumió en 1883 el protectorado del reino de Annam, reino vasallático de China, que enseguida extendió a toda Indochina, región tradicionalmente sometida a la influencia china. Inglaterra, a su vez, se anexionó Birmania en 1885-86.

La humillación que ello supuso -por más que las concesiones se legitimaran como una forma de "usar a los bárbaros para contener a los bárbaros"- precipitó una primera y cautelosa política de reformas, asociada a las iniciativas que, entre 1863 y 1893, impulsó Li Hung-chang (1823-1901), un miembro de la alta burocracia imperial, enérgico, realista e inteligente, "el Bismarck del Este", a quien el Emperador encargó la dirección de las relaciones exteriores y la adquisición de tecnología extranjera. En efecto, a lo largo de esos treinta años, se establecieron escuelas de lenguas extranjeras, fábricas de armas, algún astillero, se empezó la explotación de minas de carbón y hierro (1876), se enviaron estudiantes a Estados Unidos, se crearon academias militares, se introdujo el telégrafo (1879), se inició la construcción del ferrocarril (1881), se reorganizaron el Ejército y la marina, y se construyeron algunas fábricas de tejidos y de papel.

Pero todo ello era muy poco y llegaba demasiado tarde. El Imperio chino perdía además su hipotética hegemonía entre los propios pueblos asiáticos. La derrota en la guerra de 1894-95 ante Japón, país que debía a China su escritura, muchas de sus costumbres, la religión budista y sus técnicas y formas artísticas, abrió una gravísima crisis nacional que conllevaría, entre otras cosas, la caída del propio Imperio en 1911. La derrota del 95 supuso, en efecto, una humillación nacional probablemente menos admisible para la conciencia china que las sufridas ante los occidentales. Japón se apoderó de Formosa y desplazó a China de Corea. Pero, además, las presiones occidentales se redoblaron. En 1898, China hubo de ceder Dairen-Port Arthur a Rusia, que logró además que se le reconociera el derecho a construir ferrocarriles en Manchuria, para terminar el Transiberiano; y ceder Qingdao a Alemania, Weihaiwai a Inglaterra y Guangzhouwan a Francia.

Políticamente, el resultado fue un grave descrédito para la dinastía, por lo que pareció como una evidente incapacidad para defender la integridad territorial del Imperio. Entre 1895 y 1911, se registraron hasta diez intentos revolucionarios, protagonizados por sociedades secretas y nacionalistas como el Guomindang, creado en 1891, o la Liga para Salvar China, organizada en 1894 por el doctor Sun Yat-sen (1866-1925), un intelectual cantonés occidentalizado y cristiano, educado en escuelas anglosajonas de Hanoi y Hong-Kong, de ideas republicanas y nacionalistas (en su exilio en Japón en 1895, por ejemplo, había frecuentado a Toyama Mitsuru). Pero, además, la crisis del 95 provocó una ruptura insalvable en el seno del poder imperial entre dos concepciones distintas sobre la modernización y el destino de China: entre una concepción tradicionalista que veía en el repliegue hacia las ideas confucianas y hacia los valores de la tradición china la vía hacia la salvación del país; y una concepción reformista y progresiva, que enfatizaba el ejemplo japonés como el camino a seguir para impulsar la regeneración nacional.

A corto plazo, pareció que la vía hacia las reformas podría imponerse. El Emperador Guang-Xü, asesorado por un grupo de intelectuales reformistas (Kang You-wei, Liang Quichao, Tan Ssu-Tung), promulgó entre el 11 de junio y 21 de septiembre de 1898 ("los Cien Días") un total de cuarenta decretos que, de haberse llevado a la práctica, habrían cambiado China, pues incluían la abolición del sistema tradicional de exámenes para funcionarios imperiales, la adopción de instituciones y métodos occidentales de educación, la creación de una Hacienda moderna, la autorización para la fundación de periódicos y asociaciones culturales y políticas, la formación de un ejército nacional e incluso la concesión al pueblo del derecho de petición ante el gobierno (que algunos de los reformistas esperaban transformar en un gobierno constitucional). Pero el plan reformista fue abortado por un golpe de Estado palaciego de los elementos conservadores de la Corte liderados por la Emperatriz viuda (que confinó al Emperador hasta su muerte en el interior del recinto imperial).

La reacción conservadora estimuló la xenofobia popular, como forma de canalizar la crisis interna del Imperio contra las potencias extranjeras, so pretexto de las nuevas concesiones arrancadas en 1898. La reacción popular estalló en junio de 1900, luego que la Corte rechazara una nueva petición occidental, esta vez italiana. Tomó la forma de un levantamiento de masas -en parte espontáneo, en parte inducido por elementos de la Corte-, coordinado por sociedades secretas de inspiración religiosa, como la Sociedad de los puños de la justicia y la concordia o boxers (boxeadores), que se extendió por las provincias de Shandong, Shaanxi, el sur de Manchuria y Jilin. Varios centenares de misioneros, símbolo de la influencia occidental, y de chinos cristianos fueron asesinados, numerosas iglesias quemadas, y líneas de ferrocarril y teléfono destruidos. Cuando el 20 de junio la Corte declaró la guerra a las potencias extranjeras -que habían exigido protección para sus súbditos, la disolución de los boxers y castigos ejemplares para los rebeldes, y que habían amenazado con intervenir militarmente-, los boxers pusieron sitio a las legaciones extranjeras (un total de 458: el embajador alemán fue asesinado) y a la catedral católica de Pekín, cortaron las comunicaciones entre esta ciudad y Tianjin (Tientsin, puerto clave para un posible ataque extranjero)e hicieron retroceder a la pequeña columna naval de unos 2.000 hombres que Inglaterra había desembarcado.

Una fuerza militar internacional con tropas de varios países (Alemania, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Japón, Italia), mandada por el mariscal alemán Waldersee, puso fin al conflicto. El 14 de agosto fueron liberadas las embajadas y Pekín fue ocupada militarmente y saqueada por las tropas expedicionarias: alemanes y rusos desencadenaron una durísima represión. El 7 de diciembre de 1901, China tuvo que aceptar el Protocolo de Pekín, por el que debía pagar indemnizaciones por valor de unos 800 millones de dólares y aceptar revisiones arancelarias y distintas exigencias de carácter militar, como el establecimiento de tropas extranjeras en su territorio.

La "rebelión de los boxers", que venía a ser la culminación de la paulatina desintegración del Imperio y de la penetración occidental, fue ya el acto final de la gran crisis china. Reafirmó los sentimientos antioccidentales de la población y desacreditó definitivamente a la dinastía Qing. Ello supuso un considerable reforzamiento del movimiento nacional y republicano de Sun Yat-sen (que encontró a partir de entonces considerables apoyos y simpatías entre estudiantes y militares jóvenes), que pronto además iba a recibir dos nuevos impulsos: la victoria japonesa sobre Rusia en 1905 galvanizó al nacionalismo revolucionario chino; la muerte del Emperador y de la Emperatriz viuda en 1908 -y el nombramiento como Emperador de un niño de 2 años, Pu-Yi- crearon un verdadero vacío de poder en la cúpula imperial.

Todavía entre 1901 y 1910, los elementos moderados de la Corte, que pudieron desplazar a los consejeros más reaccionarios tras el desastroso episodio de los boxers, intentaron una tercera vía hacia la reforma, una reforma controlada y conservadora que incluyó un programa de industrialización con créditos y capitales extranjeros, la construcción de unos 9.000 kilómetros de ferrocarril, la creación de ministerios modernos, la abolición del sistema tradicional de exámenes, la aprobación de códigos legales occidentales, la reforma del Ejército (emprendida por Yuan Shikai), el desarrollo de minas, bancos y distintas industrias que se establecieron en Shanghai y en los grandes puertos, importantes reformas educativas e incluso el estudio de un posible sistema constitucional. Pero todo resultaría ya inútil: el fracaso secular de la modernización desembocó en la revolución.

Al hilo de la gran victoria japonesa de 1905, Sun Yat-sen creó en 1905 la liga Unida (Tangmeng Hui), basada en los principios del nacionalismo, la democracia y el socialismo. El programa de la Liga de 1905 apelaba a la expulsión de los manchúes, a la restauración de China a los chinos, al establecimiento de la república y al reparto igualitario de la tierra. Sun Yat-sen preveía una revolución tutelada desde arriba y estructurada en tres etapas de forma que, tras un período de gobierno militar, se instauraría un segundo período de gobierno provisional constitucional para desembocar, tras algunos años, en un gobierno del pueblo bajo una Constitución democrática.

La Liga Unida se infiltró con notable éxito en medios militares, intelectuales, universitarios y aun en la propia administración. La reforma conservadora, por otra parte, tropezó con numerosas dificultades y abrió un proceso de agitación política, social y cultural que el poder no pudo ya controlar. Las Asambleas provinciales y una Asamblea nacional que se reunieron en 1910 para preparar la reforma constitucional del país se convirtieron en plataformas de acusación contra el régimen. La revolución fue un hecho poco espectacular y escasamente dramático. Cuando la policía quiso arrestar a un grupo de oficiales de Wuchang (en la provincia de Hubei), supuesto núcleo central de la conspiración, los oficiales se sublevaron (10 de octubre de 1911): en menos de dos meses, casi todos los regimientos de las provincias del centro y sur del país se pronunciaron contra el gobierno sin apenas lucha. El 8 de noviembre, la Asamblea Nacional designó primer ministro al general Yuan Shikai que inició negociaciones con los sublevados que controlaban la mitad sur del país, donde el 30 de diciembre, en Nankín, una asamblea revolucionaria proclamó a Sun Yat-sen, recién llegado del exilio, presidente de las Provincias Unidas de China.

El 12 de febrero de 1912, abdicó el jovencísimo Emperador. Tres días después, tras la renuncia de Sun Yat-sen, que quiso facilitar la unificación del país, Yuan Shikai fue elegido presidente provisional de la República de China. En marzo de 1912, se aprobó una Constitución Provisional, que preveía la convocatoria de una asamblea democrática constituyente. Pero tras sofocar una segunda revolución protagonizada por el Guomindang, el partido nacionalista reorganizado en 1912 por Sun Yat-sen, Yuan Shikai fue elegido Presidente efectivo de la República; detuvo, luego, el proceso constitucional y finalmente, ya en mayo de 1914, se autoconcedió un mandato presidencial de diez años, con plenos poderes. Era de hecho una dictadura militar y contrarrevolucionaria. Pero la nueva República china era cuando menos el embrión de un régimen verdaderamente nacional.